martes, 3 de mayo de 2011

¡Eucaristía don eterno del sacrificio redentor de la Cruz!

HORA SANTA
¡Eucaristía don eterno del sacrificio redentor de la Cruz!

Basada en las reflexiones del Papa Juan Pablo II.
Para que la presencia Santa del Señor en medio de nosotros, nos permita descubrirnos amados, bendecidos, salvados y comprometidos a dar una entrega fecunda, portadora de vida y alegría para nuestra comunidad.

CANTO

ORACION
Amado Señor, esta pequeña Iglesia comunitaria y parroquial, postrada a tus pies, confiesa humildemente que vive de la Eucaristía.
Experimentamos con alegría la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo »; en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, nos regocijamos de tu presencia con una intensidad única. Como miembros del Pueblo de la Nueva Alianza, este divino Sacramento ha marcado nuestros días, llenándonos de confiada esperanza.
Venimos aquí para velar contigo, para acompañarte, para recibir del Padre la fuerza y la esperanza para lo que nos depara el futuro. Acepta nuestra pobre compañía. Queremos orar contigo, maestro y Señor, aprender a ser Eucaristía, pan bendecido, partido y entregado para alimentar a todos. Inspíranos el deseo ardiente por querer ser como tú, aprender a pensar, sentir, obrar y amar como tú. Cambia Señor, nuestra noche en luz y enséñanos a abandonarnos en las misericordiosas manos del Padre. Amén.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Porque con tu santa Cruz has redimido al mundo.


CANTO

La gloria de la cruz
Hermanos: Yo, Pablo, para la ley estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.
¡Insensatos gálatas! ¿Quién les ha embrujado? ¡Y pensar que ante sus ojos presentamos la figura de Jesucristo en la cruz! Contéstenme a una sola pregunta: ¿Recibieron el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe? Comprendan, de una vez, que hijos de Abrahán son los hombres de fe.
Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol.» Esto sucedió para que, por medio de Jesucristo, la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles, y por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.
Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es la circuncisión o la incircuncisión, sino una criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Porque con tu santa Cruz has redimido al mundo.

CANTO

FUENTE Y CIMA
Santa Eucaristía, eres la «fuente y la cima de toda la vida cristiana » ya que oculta en tu humilde apariencia, contienes todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, A Cristo mismo!, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo. De esta manera la mirada que como Iglesia le dirigimos a nuestro Señor, presente en el Sacramento del altar, nos descubre la plena manifestación de su inmenso amor!
Por eso esta noche queremos dar infinitas gracias al Señor Jesús, por instituir este sacramento, don gratuito, el cual podemos gozar cotidianamente mediante las manos consagradas de los presbíteros que pastorean esta porción del pueblo de Dios, que actuando como otro Cristo pronuncian estas palabras o, más bien, ponen sus bocas y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio, para cumplir la orden de extender por toda la eternidad el memorial de su pasión y muerte en la cruz y su gloriosa resurrección: « Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes» . Después tomó en sus manos el cáliz del vino y les dijo: « Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados ».

Resplandece la santa cruz, por la que el mundo recobra la salvación. ¡Oh cruz que vences! ¡cruz que reinas!, ¡cruz que nos limpias de todo pecado! Aleluya.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Porque con tu santa Cruz has redimido al mundo.

CANTO

LA HORA DE NUESTRA REDENCIÓN

¡Cómo brilla la cruz, de la que colgó Dios en carne humana y en la que, con su sangre, lavó nuestras heridas!

Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su « hora »
Desea que nosotros sus discípulos le acompañemos y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: « ¿Conque no han podido velar una hora conmigo? Velen y oren, para que no caigan en tentación ». Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz. Y hacemos eco a la oración del viernes santo: Mirad el árbol de la Cruz donde colgó la salvación del mundo. Venid y adoremos. Contemplemos el rostro de Cristo, y contemplémoslo con María, es el « programa » de la Iglesia en el alba del tercer milenio, para remar mar adentro en las aguas de la historia de Huehuetenango, con el entusiasmo de la nueva evangelización.
Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus
multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su
sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico , de Él se alimenta y por Él es iluminada.
La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz ». Cada vez que
la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos
discípulos de Emaús: « Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron » (Lc 24, 31).

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Porque con tu santa Cruz has redimido al mundo.

CANTO

AMOR AL EXTREMO
« El Señor Jesús, la noche en que fue entregado », instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.
Como Iglesia hemos recibido la Eucaristía de Cristo, nuestro Señor, no sólo como un don entre otros muchos, sino como el don por excelencia , porque es don de sí mismo en su santa humanidad y, además, su obra de salvación.
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su
Señor, « se realiza la obra de nuestra redención ». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes.
Por eso Señor, te bendicimos, te adoramos pero sobre todo te damos gracias, porque al participar del misterio de la salvación contenido en la Eucaristía, obtenemos frutos inagotables.
Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas.
Ésta es la fe que esta noche reiteramos con gozosa gratitud por tan inestimable don.
En adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. Reconocemos gozosos, en la Eucaristía una muestra de amor que llega « hasta el extremo » (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida. ¿Qué más podía hacer Jesús
por nosotros?



CRUZ CAMINO DE RESURRECCION
La Pascua de nuestro Señor Jesucristo incluye, con la pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la aclamación después de la consagración: «Proclamamos tu resurrección » . Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio
de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que
corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía «pan de vida » (Jn 6, 35.48), « pan vivo » (Jn 6, 51).
San Ambrosio nos lo recuerda: « Si hoy
Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Porque con tu santa Cruz has redimido al mundo.

CANTO

« ... HASTA QUE VUELVAS ».
La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf. Jn 15, 11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y « prenda de la gloria futura ». En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera. Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: « El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día » (Jn 6, 54). Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico como « fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte ».

Como consecuencia la Eucaristía da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. En efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un « cielo nuevo » y una « tierra nueva » (Ap 21, 1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente. Por eso Señor te pedimos que nos inspires a sentirnos más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes terrenales, edificando un mundo habitable y plenamente conforme a tus designios:
Trabajar por la paz, la justicia y solidaridad,
en las relaciones entre los pueblos, en defender la vida humana desde su concepción
hasta su término natural. Y por los más débiles, los más pequeños y los más pobres.
Anunciar la muerte del Señor « hasta que venga » (1 Co 11, 26), debe significar para nosotros el compromiso de transformar nuestra vida, para que toda ella
llegue a ser en cierto modo « eucarística ».
« ¡Ven, Señor Jesús! » (Ap 22, 20).
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Porque con tu santa Cruz has redimido al mundo.

CANTO
Invoquemos a nuestro Redentor, que nos ha redimido por su cruz, y oremos diciendo:

Por tu cruz, sálvanos, Señor


- Hijo de Dios, que, por la señal de la serpiente de bronce, sanaste al pueblo de Israel,
protégenos hoy de la mordedura del pecado, oremos:

- Hijo del hombre, que fuiste elevado en la cruz, como Moisés elevó la serpiente en el desierto,
elévanos a la felicidad de tu reino, oremos:

- Hijo unigénito del Padre, que fuiste dado al mundo para que todo el que crea en ti no perezca,
concede la vida eterna a los que buscamos tu rostro, oremos:

- Hijo amado del Padre, que has sido enviado al mundo, no para condenarlo, sino para que se salve por ti,
da la fe a nuestros parientes para que no perezcan, oremos:

- Hijo eterno del Padre, que viniste a prender fuego en el mundo y deseaste que estuviera ya ardiendo,
haz que realicemos la verdad y nos acerquemos así a la luz, oremos.

En la cruz está la vida
y el consuelo
y ella sola es el camino
para el cielo.

En la cruz está el Señor
de cielo y tierra,
y el gozar de mucha paz,
aunque haya guerra;
todos los males destierra
en este suelo,
y ella sola es el camino
para el cielo.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Porque con tu santa Cruz has redimido al mundo.
CANTO

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